El cura de la sotana metálica: 30 años conquistando corazones con Vicente Esplugues
Episodio 382
¿Te has preguntado alguna vez si las contradicciones aparentes pueden ser la clave de una vida auténtica?
Ese es el tema principal del programa de esta semana, donde aprenderás cómo encontrar tu verdadero propósito más allá de las etiquetas con Vicente Esplugues.
Vicente es sacerdote, misionero del Verbum Dei y creador de «La sotana metálica» en Radio Nacional, donde ha fusionado el Evangelio con el heavy metal.
Este valenciano descubrió su vocación tras perder a su madre a los cinco años sin encontrar refugio en el heavy. Ha sido mucho más que eso. Hay que encontrar al misionero en Venezuela, en Camerún, a la persona que ha demostrado que la fe y la música pueden llegar a corazones que otros no alcanzan.
¿Y tú te atreves a descubrir cómo abrazar tus propias contradicciones para convertirte en la persona más auténtica y efectiva que puedas llegar a ser?
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Índice de la entrevista
(05:39) El viaje interior y la construcción del relato personal
(08:28) Heridas de infancia: duelo, heavy metal y autodescubrimiento
(16:08) Conexión con los que sufren
(20:08) El despertar de la vocación
(24:59) La experiencia en misiones
(33:11) El desgaste vocacional y cómo nutrirse espiritualmente
(35:30) Identidad, amor y el peligro del postureo
(50:40) Miedos, soledad y el valor de las cicatrices
(1:02:00) Cuestionario KENSO
(1:04:45) Despedidas y resumen
Recursos mencionados
Piensa claro de Kiko Llaneras | Amazon
Episodio 363: Pensar claro en la era de la desinformación con Kiko Llaneras | KENSO
El Credo en prosa y en verso de Vicente Esplugues y Sonia Losada | Amazon
(American History X) de Tony Kaye | FilmAffinity
Paraísos artificiales de Los Chikos del Maíz | Song.link
Senior i el Cor Brutal | Album.link
Formación para empresas | KENSO
Cursos online | KENSO
Coaching personal | KENSO
Y la música de KENSO gratis para Podcasts y YouTube | Uppbeat
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Aviso: el transcriptor a veces no nos entiende, pero vosotros seguro que sí.
Disculpa, si lees algún error en la transcripción.Quique Gonzalo:
¿Te has preguntado alguna vez si las contradicciones aparentes pueden ser la clave de una vida auténtica? Ese es el tema principal del programa de esta semana, donde aprenderás cómo encontrar tu verdadero propósito más allá de las etiquetas con Vicente Esplugues. Vicente es sacerdote, misionero del Verbum Dei y creador de La sotana metálica en Radio Nacional, donde ha fusionado el Evangelio con el heavy metal. Este valenciano descubrió su vocación tras perder a su madre a los cinco años sin encontrar refugio en el heavy. Ha sido mucho más que eso. Hay que encontrar al misionero en Venezuela, en Camerún, a la persona que ha demostrado que la fe y la música pueden llegar a corazones que otros no alcanzan. ¿Y tú te atreves a descubrir cómo abrazar tus propias contradicciones para convertirte en la persona más auténtica y efectiva que puedas llegar a ser? Bienvenidos a un nuevo episodio de KENSO, el pódcast donde descubrirás cómo vivir la efectividad para ser más feliz. Soy Quique Gonzalo, aprendiz en descubrir que las mejores historias nacen cuando nuestras contradicciones se convierten en puentes hacia los demás.
Quique Gonzalo:
Vicente Esplugues, qué ganas de poder conversar contigo hoy.
Vicente Esplugues:
Pues igualmente, Quique, yo feliz de estar aquí, de poder abrir el corazón, la mente y la experiencia.
Quique Gonzalo:
Y lo vamos a hacer dando las gracias primero a una amiga común, que es Valle, que nos ha puesto en contacto. Me habló mucho de ti y dice, tienes que conocerle porque te va a encantar. Por un lado, tiene la parte musical que a ti te encanta, es heavy, digo, vamos bien. De Black Sabbath en adelante hablamos, ¿verdad?
Vicente Esplugues:
Sí, sí, sí, y luego ya los palos más extremos. Bien.
Quique Gonzalo:
Y por el otro lado tenemos a una llamada a la fe, tu vocación como cura. Así que me gustaría empezar con una pregunta y es, ¿qué significa para ti la palabra fe?
Vicente Esplugues:
O sea, para mí la palabra fe es como el marco en el que interpreto los datos, ¿no? O sea, que en la vida hay unos datos que son objetivos, dónde naces, en qué parte del mundo, geografía, en qué época de la historia, lo cómo eres tú, los datos, pues soy un tipo tal, no sé qué, tengo este perfil psicológico, este carácter. O sea, hay como muchas cosas que se nos dan dadas, o sea, que sobrevienen a lo que somos. Entonces, juntar todas esas piezas del puzle, como intentarlo armonizar que tenga algún tipo de sentido, para mí ha sido la fe la clave de interpretación de todo lo que vivo. Y es en una tradición concreta que es el cristianismo y que es Jesús de Nazaret, al que yo considero maestro, hijo de Dios. Bueno, pues lo que dicen los dogmas, pero de una manera personal, no un libro, sino alguien vivo que tiene un espíritu con el que me puedo poner en contacto, no con sesiones de ouija ni nada de eso, sino con una cosa que se llama oración, escuchar una palabra que te dice con amor a tu presente. Y para mí eso es la fe, confianza.
Quique Gonzalo:
¿Esa confianza de la que hablas en forma de oración puede ser que se contraponga mucho a lo que estamos viviendo en la sociedad actual, que es el ruido?
Vicente Esplugues:
Yo creo que que sí. O sea, el ruido es la acumulación de datos, como cuando en una fotocopiadora te has equivocado y las da 25 veces y tú solo querías una y empiezan a salir ahí todos los folios, dices, o sea, veo que vivimos en la acumulación de experiencias de todo tipo y en falta de reposo para ordenarlas. Eso le llamo yo la crisis del relato. O sea, igual que ahora nos enviamos WhatsApp superrápido, queriendo una respuesta ya, oye Quique, que estoy abajo. A rayos de WhatsApp, pero a ti, niño, que no sé qué. O sea, es como inmediatez, pero no hay historia ni narrativa. No sé de dónde vengo, no sé para dónde voy, no sé con quién vivo. Entonces, para mí el ruido es el no dejar espacio para que la vida se vaya manifestando y no percibir la belleza. Es como si te haces el Museo del Prado con un patinete eléctrico, vas todo rápido, por mitad del museo dices, ¿qué cuadros has visto? Dices, ni uno, con no caerme ya tengo bastante. Pues me parece que sobrevivimos sin pararnos a ver, cada cuadro, qué mensaje te transmite el autor, los colores, la luz, o sea, nos falta tiempo.
Quique Gonzalo:
Nos falta tiempo y muchas veces lo que decidimos es apartar la soledad, decidimos apartar el silencio, decidimos centrarnos en nuestra imagen hacia afuera, y pocas veces prestamos atención hacia el viaje interior, hacia uno mismo. ¿Cómo descubres a una persona que puede encontrarse a sí misma, independientemente que ahora mismo Vicente tenga 30, 20, 70 años y que vuelva a hacer otra vez ese camino interior?
Vicente Esplugues:
Yo la experiencia que voy acompañando en mucha gente es que hay un stop que la vida nos da. O sea, nos mete un trallazo, a veces es un diagnóstico de una enfermedad, a veces es un fracaso afectivo, a veces es la ruptura de unos padres. O sea, hay algo de fuera que nos alerta: el COVID, la pandemia. Hay algo de fuera que sirve como indicador de, tío, no me he enterado hasta ahora de cómo he hecho el viaje, esto me frena de golpe y me sirve para hacerme preguntas, y a partir de las preguntas viene el viaje. Luego, también creo que en la evolución cronológica de una vida hay una primera parte de la vida que es muy hacia afuera, como en la exploración de las ofertas que hay. Tío, a un chaval adolescente hoy en día, con todo el panorama tecnológico, ofertas, ocio, consumo, plataformas, videojuegos. O sea, hay tanto fuera atractivo. Tú vas a un centro comercial y lo flipas, tío, porque hay tanto. Los mercados de mi época, cuando yo era pequeño, había cuatro cosas: carnicería, pescadería y verduras, no había más. Hoy en día hay muchísimo de todo. Entonces, en esa curiosidad, por explorarlo de fuera, creo que se nos van unos ciertos años de la vida. Lo que en torno a los 40 ya hemos tocado todos los palos, ya hemos probado todo, y entonces es o más de lo mismo, o me pregunto si hay otra forma de hacer el camino. Y es ahí donde mucha gente abre la puerta hacia la interioridad, espiritualidad, autoayuda, mindfulness, vida cristiana. Por ejemplo, hay un fenómeno muy grande en, por ejemplo, en mi parroquia, que es peña que fue católica por la educación de sus padres, luego lo dejan en la juventud y ahora son padres, y preguntándose por la educación de los hijos, hacen historia de lo que a ellos les sirvió y aparece la educación católica. Entonces, vienen a la iglesia para apuntar a su hijo o a su hija y la redescubren, ya no como algo impuesto, sino como una elección libre.
Quique Gonzalo:
Haciendo historia de tu propia vida, y quizá un momento traumático terrible, es que tú, de muy jovencito, con cinco años, fallece tu madre. ¿Cómo hace que el Vicente de hoy haya llegado hasta aquí ese momento vital?
Vicente Esplugues:
Pues yo creo que cuando hablábamos del trallazo que te pega a la vida, el mío fue muy precoz, ¿no? O sea, con cinco años yo percibo que la que es fuente de afecto, la que te da un espacio importante en el hogar, la que te cuida, la que te da cariño, cercanía corporal, abrazos, achuchones, eso desaparece. Con cinco años tampoco es que tú tengas una reflexión muy clara de tus necesidades, pero notas que baja mucho el nivel de alegría en la casa en general. A mi padre se le muda el carácter y se queda a currar para sacar adelante seis hijos. Yo soy el pequeño de los seis. Y mis hermanos todos también se va diluyendo la alegría y es cada uno aportar, currar, no sé qué. Y en medio de eso tú eres el pequeño donde la que antes se fijaba en ti ya no está. Entonces, yo creo que sí que viví un duelo no trabajado ni con tratamiento psicológico, porque nosotros venimos de una familia pobre, obrera, trabajadora, y no había ni tanta cultura de salud mental, ni nada de eso. Entonces, tú te apañas sintiéndote poco patito feo y sintiendo que das pena a la gente que se acerca a ti. Ay, pobrecito, tengo un momento ahí que es mi primera comunión, como un recuerdo muy grande, donde las amigas de mi madre intentan hacer un homenaje a su amiga Elo, y ellas asumen toda mi primera comunión. Desde cómo voy vestido yo, ¿no? Te lo estoy marquino de chaval de 8 años, que vienen 4 señoras que no conoces de nada, te llevan, tu padre dice vete con ellas y y ¿qué te quieres comprar? Y tú bloqueado. ¿Cómo quieres ir vestida? Me daba igual, tío, al final elegí, parecía un camarero, tío, de mesón, ¿sabes? Con los pantalones de pinza negro, una camisa blanca, de hecho, tenemos callos. O sea, de verdad me río reconciliado, pero veo las fotos y hay un niño triste. Ese niño triste vive en un barrio popular, el Cabañal, en Valencia, que es un barrio pobre. Hace poco estuve allí, vi las casitas rosas y me impactó porque, o sea, mucha sociedad, un foco de delincuencia grafiteado, hostil el ambiente, tuve que pasar allí y me asusté y mi hermana se partió y dice, pero si no, nosotros somos de aquí. Pero al volver después de tantos años, digo, tío, es que qué chungo era donde vivía. Bueno, y ahí aparece el heavy como resucitador. A mí esa cultura del negro, de la muerte, de mirar de las calaveras, todo eso me representa porque para mí la vida era dura, tío, desde el principio, y sin tú haberlo elegido. Entonces, canciones, guitarras distorsionadas, voces que gritan, me representa totalmente. Y a través de esa cultura del genio aparece la amistad, aparece... pues un Vicente que se descubre a sí mismo gracioso, tío, o sea, a mí que dijera algo y alguien se riera, me parecía la leche, digo, si yo no sabía qué podía hacer, o sea, poca autoestima, pero el entorno es quien te va rescatando lo mejor de ti. Y ahí florezco, como conciertos, programas de radio en Valencia, así Radio Pirata, Radio Libertaria, la de la CNT, no sé qué, pinchando música, y me empiezo a tener identidad. Coño, que soy algo, soy heavy, tío, que parece una tontería. Ahora me hace mucha gracia porque está Alcalá Norte, que es una banda ahí. Y entonces tienen unos vídeos en Instagram y me los veo todos y me parto y estuve viendo Barón Rojo otra vez. Dice, unas greñas hasta el culo, tío, me molestaban para cagar. Bueno, son la leche, ¿no? Entonces, esa cultura me envuelve, me empieza a dar autoestima, empieza a sentir que puedo ser amado, que es, joder, ese descubrimiento mucha gente lo da por natural, pues tienes gente que te quiere, pero si te falta, tú no te crees digno ni de tener amigos ni de caer bien o de que a una tía le puedas molar, ¿no? O sea, todo ese sustrato es el que cuando luego aparece la figura de Jesucristo, me me me reviente la cabeza. Digo, tío, pero ¿en serio crees que yo puedo ayudar a la gente el que más? Porque como has tocado tanta miseria, tú vas a ser empático con los que están en la miseria. Y de hecho, mi vocación es misionera, o sea, la vehículo a través del sacerdocio, pero a mí quien me roba el corazón es la gente más rota.
Quique Gonzalo:
Hay algo que yo creo que tú nos puedes aportar, y a mí me está pasando ahora que acabo de ser padre.
Vicente Esplugues:
Felicidades.
Quique Gonzalo:
Muchísimas gracias.
Vicente Esplugues:
Del Yago.
Quique Gonzalo:
De Yago. Y es, pocas veces reconocemos a nuestros padres en vida, y hay veces que deberíamos dar las gracias. Y valorar. ¿Tú qué le dirías a tu madre si pudieras mandarle un mensaje? ¿Qué le dirías a él?
Vicente Esplugues:
Sí, que lo hago.
Quique Gonzalo:
Lo sé, estoy seguro que está presente contigo.
Vicente Esplugues:
¿Estás orgullosa de que no bailó? Digo, tú estás orgullosísima del Vicen ahora, y me monto en la cabeza que dice que sí. Yo lo que le diría es que le agradezco su paso tan efímero en mi vida, porque sí que hay recuerdos. Tampoco sé a ciencia cierta si son construcciones de oír a mis hermanos mayores o es experiencia directa. Pero sí que recuerdo un diálogo con ella que fue ella explicitándome que estaba malita. O sea, la mamá está muy malita, puede que que se muera, y me cuentan que mi respuesta fue, no te preocupes mamá, que yo ya me controlo, que ya me apaño solo. Y que le provocó risas y lágrimas. También recuerdo un momento donde le di las notas y la profe ponía, es el mejor alumno de la clase, y qué me sorprende, o sea, que dijerais, a lo mejor lo haría para darle una alegría a mi madre. Bueno, pero ella estaba muy conectada conmigo, yo sé que me quería mucho, fue muy precoz en la educación sexual mía, me explicó cómo nacían los niños en cinco años. O sea, sí que tengo unos recuerdos muy, muy valiosos. Entonces, le diría que me siga cuidando, tío, desde el cielo, y que le agradezco como tal, igual que agradezco a mi padre y yo he reconciliado todo el esfuerzo que hizo por sacarnos adelante a seis y darnos carrera universitaria a seis, solo con su curro. O sea, que luego encima no puedo pedirle que fuera un gran pedagogo, que tuviera inteligencia emocional, que encima fuera divertido y que fuera cariñoso. Tío, no se puede pedir más, pero sí que es un tío que me ha instruido en en la entrega callada. Él tiene una frase, señor Paco, que fue: «Yo no he venido al mundo para ser feliz, yo he venido para cumplir mis obligaciones». Y ya te marca un poco su postura ética, el deber y tal. No lo no le compro el discurso, pero sí que me ayudó a entenderle.
Quique Gonzalo:
Y hablabas antes de conocer esas partes, a lo mejor, que pueden ser más oscuras en la vida, que probablemente ninguno la elegiríamos ir hasta ahí, ¿eso te hace conectar más luego, pues, con los compañeros que eran más los pringadillos, esa parte más loser de la vida, porque además tú eres un tío que cualquiera que te vea eres imponente, 1,90 fuerte, o sea...
Vicente Esplugues:
150 kilos, o sea, sí, sí.
Quique Gonzalo:
¿Hace que conectes más con con ese otro lado también?
Vicente Esplugues:
Mucho, o sea, yo empatizo con el madera de colleja, con el que intuyo que está sufriendo bullying. Hace poco fui a confesar a un cole, a chavales de primera comunión, y vi a una niña, iban ya con pantaloncito corto, y vi a una niña con con heridas, pero muy rectas, y le pregunté: «¿Eso te lo has hecho tú?». Y se quedó paralizada, enseguida se autolesionaba, tío, con nueve años. Y otra persona a lo mejor no se fija en eso, pero yo sí. Yo también cuando era pequeño cogí una cuchilla e hice así, o sea, que empatizas porque lo has vivido.
Quique Gonzalo:
Y comprendes las emociones que hay detrás.
Vicente Esplugues:
Y no las juzgas, ninguna. Es algo que me ha regalado a mí la fe, es la palabra misericordia, que es miseria y corazón, ¿no? Y y es como que el corazón es capaz de ir a la miseria del otro y que no te provoque rechazo o girar la cara, sino atracción para intentar ayudar, ¿no? Compasión. Entonces, con la chavalita le, es que se bloqueó, tío, solo le pregunté eso, ¿te lo has hecho tú? Se quedó como, y digo, usted va a saber si la he cagado, porque era solo pura preocupación, y ya siguió el discurso sereno, ya se relajó, no pasa nada, pero tal, y y fue motivo, pues, de que abriera el corazón más. Pero sí, hay gente sufriendo mucho, Quique, en todas las franjas de edad. Yo trabajo con ancianos donde sé que decirles, pero qué guapa estás hoy. Les cambia y les modifica, porque no se lo dice nadie. Estoy con adultos muy atrapados en la tensión entre vida laboral y conciliación familiar, con gente inmigrante, con todo el agobio de los papeles, del sueldo. Entonces, me me acerco mucho a la parte sufriente de la humanidad, intentando que no me anule ni me quite a mí la alegría, porque tampoco sería yo buen acompañante si me hundo y me deprimo. Pero sí que es... Entonces, cuando veo toda la publicidad de lo happy de Mister Wonderful, es como se están mintiendo, hemos sido engañados. O sea, hay demasiado postureo, demasiado Lambo, demasiado Luisvi, demasiado pijo, demasiada diferencia entre ricos y pobres, y me sale el lado ese combativo dentro de la iglesia que a veces está muy en los barrios de la Sierra Norte de Madrid. Ahí hay focos católicos que no han visto un barrio pobre en su vida. Una chavalita de mi barrio les pregunta a sus padres: ¿Papá, nosotros somos pijos?». Porque había estado en un invernadero de cole concertado, bilingüe, no sé qué, hípica, extraescolares, un año en Estados Unidos, salud bucodental perfecta. Es que no has tenido ni caries, desgraciada. Luego ya cuando viene la vida como viene, como un tsunami, tampoco hay herramientas para afrontar la frustración.
Quique Gonzalo:
Claro. Yo vengo de un barrio que se llama Vallecas y siempre digo que que a mí me ha marcado mucho el poder vivir esa vida, porque son las realidades y no son las realidades hipereditadas. Y te hace muchas veces volver, lo que decías tú, a lo sencillo que al mismo tiempo es lo que te hace más feliz. Tú tenías un grupo heavy, Zarpa. ¿Cómo llega ese momento de la vocación? Porque la vocación es uno de los cuatro pilares del propósito junto con la pasión, la dedicación y la visión, Pero ¿cómo aparece ese momento de de llamada? Te lo dice aquí alguien que con 17, 18 quería ser monje, o sea, que te digo que ahí yo creo que algo nos vamos a entender.
Vicente Esplugues:
Sí, sí. O sea, hay una conversación con mi padre, que es: «Vicen —Vicent en valencià—, Vicen, tú que vols ser de major?». La traducción es, ¿tú qué quieres hacer con la vida? ¿Qué quieres? Porque estás todo el día en el parque poniéndote chuzo a birras, a fumar, porros y con tus colegas, greñas, pero no haces nada de provecho. Y entonces entro, estaba ahí en COU, o segundo de bachillerato de ahora, y entro como en la gravedad de tío, que no puedes vivir tan el presente solo, o sea, que tendrás que pensar qué quieres hacer. Y viendo un poquito las ofertas, a mí me mola periodismo muchísimo, pero era privada, imposible, prohibitivo en casa. Y entonces me matriculo en trabajo social, porque es como lo que yo intuyo, público que puede servir a ayudar a la gente. Pero veo los temarios y tal y era todo burocracia, apréndete de la constitución, cómo rellenar un formulario. Dios, esto no es, tío, yo lo que quiero es gente a la que poder ayudar. Y en ese verano de 17 años voy a Siete Aguas, que es un lugar de espiritualidad que tiene la comunidad en la que yo ahora formo parte, se llama Fraternidad Misionera Verbum Dei, y voy a un encuentro de jóvenes. Mi hermano mayor estaba allí allí también, una aproximación muy grande a la fe, y lo que me encuentro es como una forma de vida sencilla, alegre, donde la palabra nosotros tiene más fuerza que yo. Eran chavales jóvenes, pues como de cualquier parroquia, su guitarrita, tal, no sé qué, aleluyas, y decía vaya moñas ahí tocando canciones de hippies. O sea, yo entré como poco sospechoso, yo voy ahí con mi estética y mis greñas y mi posturita de hachifo, ahí para la noche relajarme, y de repente veo una alegría que me suena verdad, tíos, tías, no están ahí todos olfateándose, sino con una actitud, y dije, aquí hay algo, tío. O sea, aquí yo percibo una honestidad y una alegría que fue contagiosa, y en la exploración de eso hice una semana de ejercicios espirituales en silencio con la Biblia. Era jueves, empezaba el domingo y acababa el domingo, y el jueves, que ha pasado lunes, martes, miércoles, jueves, yo no entendía nada, la peña iba a misa, se arrodillaba, o sea, no tenía cultura católica ni sabía lo que era un sagrario. La Biblia pasaba un montón de rato hasta que encontraba los libros, Mateo 7, no sé qué, no sé, pensaba por el Génesis, aquí donde está Mateo, el índice, bueno, y hay un momento donde yo percibo en todo mi ser que Jesús me dice: «Vente conmigo. Lo tuyo es dedicarte a servir». Y tío, me entró tanto cague, o sea, lo entendí con tal nitidez, que pillé el tren y me fui, tío. De puro miedo, digo, una mierda, me meto yo misionero con estos hippies, o sea, que no, o sea, y entonces intenté acallar esa voz, eso fue julio, pues todo agosto de fiesta, mi pueblo salir, beber, el rollo de siempre, cada vez con más volumen, y en septiembre me he roto. Digo, tío, estoy hecho polvo, he entendido algo y no estoy siendo fiel, y le dije a mi padre, ¿tú me dejas irme un año, no a estudiar la carrera, sino a vivir con los misioneros? Se cabreó mucho, pero ¿qué dices? Tal, no sé qué, ya te han manipulado, no sé qué. Y entonces, tío, me dijo, pero bueno, yo me fío de ti. Un año y a los tres meses lo vi ya claro que que viviendo con el ritmo misionero —oración, eucaristía, grupos, jóvenes, convivencias, peregrinaciones— dije, es que esto es lo que quiero. Y me mola porque en aquella época mi comunidad nos capacitaba también con un trabajo profesional. O sea, como luego nos puede destinar a cualquier parte del mundo, es que no seáis gravosos, o sea, que podáis currar. Entonces empecé a hacer ahí cursos de fontanería y me puse tochón de hacer ahí roscas, tío con la... Bueno, bueno, bueno, curré un montón, granjas, estuve de granjero de conejos, mil historias. Y entonces ya luego vi clarísimo que era el camino y empecé a estudiar teología.
Quique Gonzalo:
Y empiezas en la parte de las misiones, ni más ni menos, es decir, jugando fuera, arriesgándote. ¿Camerún o Venezuela?
Vicente Esplugues:
El primer destino fue Venezuela.
Quique Gonzalo:
Venezuela. ¿Cuál es el sentido de una misión?
Vicente Esplugues:
O sea, para mí es rescatar, o sea, te lo explicaría muy fácil, yo soy como una flecha de Cupido, pero del Dios en el que creo, que apunta a cada corazón de cada persona que me encuentro, para hacerle sentir que es un hijo y una hija de Dios. Alguien valiosísimo que tiene un montón de talentos que los puede poner al servicio de la construcción de un mundo mejor, que en clave teológica se llama Reino de Dios. O sea, me veo como el Cupido, es mitología griega, pero me noto como una carta que Dios quiere enviar a cada persona con la que me encuentre. No rollo proselitista de ir por la calle, y Dios te ama, Dios te ama, eso me da mucha vergüenza y no lo hago. Pero en los canales de la amistad, cuando alguien se acerca a mi vida, o yo me acerco a la vida de alguien, intento ser transmisor de ese mensaje, que es: tu vida es valiosísima y vale tanto que Dios la pensó y la creó, y su hijo la entregó para que tú te sientas salvado. Y la palabra salvado no es como de salvado, es lleno, pleno. Me encanta lo de «he venido a que tengáis vida en abundancia». Eso lo decía Jesús. Entonces, me veo mensajero de que la gente tenga vida en abundancia. Eso en un contexto de un barrio periférico de barquisimeto, todo lleno de ranchitos, se traducía en: os voy a ayudar a dar clase, os voy a ayudar a construir casas, os voy a... ¿Pero y usted por qué viene aquí? ¿Qué cobra? ¿Nada? O sea, quiero, somos hermanos. Entonces, el gran regalo de la misión es salir del tu espacio de control y fiarte de que dios te acompaña a destinos insospechados. Luego vino Camerún, y Camerún no en Yaundé ni en Duala, que las conozco, sino en la selva con los pigmeos. Los pigmeos es, creo que en Camerún hay ciento y pico tribus, pues es la tribu más desfavorecida. Hasta el año 1995 no era delito en el código penal camerunés matar a un pigmeo, porque se asociaba más como si fuera animal. O sea... igual que un mono y un pigmeo se parecían. De hecho, los cameruneses, cuando ven un pigmeo, es como, he visto un orangután parecido. Entonces, como era la tribu más desfavorecida, no tienen acceso a la educación, no tienen DNI, no están en el registro civil, viven mimetizados en la selva, fue como la llamada a que fuera nuestra prioridad.
Quique Gonzalo:
¿Cómo es la interacción donde de repente te encuentras una realidad completamente distinta a la tuya? Y tú sabes que no es tu realidad la que de verdad ellos viven, sino que eres tú el que te tienes que adaptar. ¿Cómo trabajas en ti, tanto en Venezuela como en Camerún, para hacer que tú seas parte de ellos y no ellos parte de ti?
Vicente Esplugues:
A mí me gusta mucho la palabra inculturación. Hacer que su cultura vaya siendo la tuya. También el período de tiempo que estuve no me permitió aprender su dialecto, pero entonces es lo primero, no juzgar nada. Yo a Venezuela fui con un misionero venezolano, y en la primera frase que me dijo es: «Por favor, tú no juzgues nada de los venezolanos. Si algo no lo entiendes, pregúntamelo a mí». Porque un fallo muy grande es colonizar intelectualmente el espacio donde vas. Yo tengo ahí mis prejuicios, creo que este es el orden natural de las cosas y lo quiero imponer, y eso es lo contrario a un misionero. O sea, un misionero no hace franquicias de la Iglesia Católica por donde va, sino que tiene que respetar lo que vive cada pueblo, cada cultura, cada grupo de gente, intentar descubrir en eso que ellos viven, todo el amor que ya hay de dios ahí, y hacérselo ver. En el anuncio de que ya están teniendo a Dios muy cerca, y si surgen preguntas, irlas contestando.
Quique Gonzalo:
¿Cómo te preparas para poder contestar preguntas que a lo mejor jamás se han hecho?
Vicente Esplugues:
Primero, con mucha humildad de que si no tengo ni idea de la respuesta, decirlo. O sea, que no vi... yo soy consciente de que hay un montonazo de cosas que no entiendo y sigo sin entender. O sea, que Dios no es la respuesta a todo mecánica, sino que es un proceso inmersivo. Entonces, sí que hay muchas respuestas que he ido viviendo y encontrando, hay muchas que no. Yo no entiendo el misterio del sufrimiento provocado por decisiones humanas. Yo no entiendo el genocidio de Gaza, no entiendo la prolongación de la guerra en Ucrania, no entiendo las crisis en centroáfrica por el coltán, por los diamantes, no entiendo la violencia sexista y machista, no la entiendo. ¿Por qué no la entiendo? Y porque está provocada por la libertad de alguien que decide hacer daño al otro. No entiendo el misterio del amor. O sea, yo no sé por qué hay personas que entran en mi vida de una manera tan absoluta y tan profunda, y digo, joder, que soy cura, tío, que no puedo amar así como tipo pareja. Eso no lo entiendo. O sea, hay miles de historias que no entiendes. Las que sí que entiendo, pues las intento resolver desde la experiencia, no desde la cabeza.
Quique Gonzalo:
Hablamos del misionero que de repente se sumerge en todas esas experiencias de otras realidades que no son la suya, cambias tu percepción para entender mejor la perspectiva de los demás. ¿Cuál es la mayor riqueza que te puedes llevar a nivel humano de no juzgar al otro?
Vicente Esplugues:
O sea, a mí cuando me dicen: «Esta es tu casa, ven aquí cuando quieras, eres familia», me parece que es el top de lo que alguien te puede decir. O sea, pero me sigue pasando en España y en Madrid. O sea, que yo sigo diciendo que soy misionero, aunque no esté en destinos exóticos, para mí hablar contigo es estar viviendo mi ser misionero. O ir a los coles, yo colaboro en varios coles de capellán y les hablo a los chavales de la ESO, me siento muy misionero, colaboro en un programa de Radio Nacional, me siento muy misionero. O sea, en todo lo que hago en mi dimensión vuelvo a intentar ser esa flechita de Dios para la gente. Y entonces, para mí la recompensa, intento que sea muy gratuito, porque caer en el proselitismo es como buscar fidelizar a la gente y ver resultados, y eso es, sobre todo, es muy desolador, porque te comes cada mojón. O sea, que tú pones lo mejor de ti y luego salen unos desastres... Pero entonces, para mí el motor no es ver los resultados de mi misión, sino la certeza de que he puesto todo. Me he entregado del todo en lo que he hecho, Y luego ya Dios, que eso lo multiplique, y si tiene que dar algún fruto y lo veo, pues le doy gracias y le bendigo, si no veo resultados, pues tiro para adelante, tampoco me deprimo porque haya mucho desierto a mi alrededor.
Quique Gonzalo:
Con ese desierto, con ese vacío, después de haberlo dado todo, ¿cómo te vuelves a nutrir más allá de esa energía vocacional que llevas? Porque en el fondo es un desgaste vital importante a todos los niveles.
Vicente Esplugues:
Y sobre todo es que no tenemos horarios, Quique, o sea, no puedo decir, ay, las 8 dejo el boli y ya me voy a mi pádel o a mi spa o a mi Netflix. Porque es que se prolongan los días y buscas huecos para seguir atendiendo a nuevas necesidades. Yo creo que, o sea, vas aprendiendo del autocuidado. O sea, que que ahí también vas viendo, pues, tío, ahora ya parí, paro y ya hasta o paso de mirar al móvil o lo apago. Pero sí que es verdad que esto te retroalimenta. O sea, después de lo que has hecho vivido desde el espíritu, yo noto un gracias y una energía renovada que no es mía, sino que me la da otro. O sea, yo noto que Dios cuida de sus hijos. Y entonces a mí, cuando Jesús dice: «Mi alimento es hacer la voluntad del padre», eso lo dice el Evangelio de Juan, pues yo también me lo aplico muchas veces. Para mí la motivación de vivir este día está en intentar hacer lo que ha ido surgiendo, o sea, el el pactar este pódcast o el quedar, para mí es un regalazo poder estar aquí y noto que cuando luego pille el metro y me vaya para casa, saldrá mucha la alegría de cómo hemos dialogado, más allá de si acierto o no acierto, si lo ven 3 o 30.000, ¿no? O sea, noto la alegría de ir siendo honesto en esa entrega diaria, hoy contigo, luego por la tarde, pues en otra movida, a veces en un funeral, a veces te pillas un autobús y vas a la otra punta para dar una conferencia. O sea, es muy variado, pero todo es en esa clave de entrega.
Quique Gonzalo:
Es que esto llama la atención, Vicente, porque al final mucho de lo que pensamos que es la satisfacción es esta sociedad individualista, y mucha de la felicidad real es cuando te entregas en lo que estés haciendo.
Vicente Esplugues:
Compartir.
Quique Gonzalo:
Compartir, dar, no aquello que te sobra, sino probablemente aquello que que tú también necesitas, pero darlo a los demás. ¿Dónde está la diferencia entre la caridad y la parte genuina de dar aquello que es de uno, de uno mismo?
Vicente Esplugues:
Yo es que creo que no se diferencia. O sea, creo que somos, en esencia amor puro. O sea, si tú dices, ¿cuál es tu identidad? No es ser cura, no es ser valenciano, que eso es accidental, ni es ser tío o tía, que eso también es otro género que no he elegido nada, no es el físico que tengo, porque lo más genuino en mí es que soy de un grupo valenciano, se llama Senior i el Cor Brutal. Y cantan en valenciano y son indies y son colegas. Y entonces, somos una bomba de amor. O sea, y yo como me concibo es un, pues somos amor, y entonces vehicular ese amor a través de todas las plataformas y modos posibles, me hace sentir que estoy siendo plenamente. Eso tú imagínate, voy a usar una marca comercial, ¿no? La Thermomix. Tú me regalas, es que son vecinos nuestros, ¿no? Worldwick. Tú me regalas una Thermomix, pero yo no sé lo que es. Entonces, la veo y yo desde mis conocimientos digo, tío, esto es una hormigonera. Entonces, voy a hacer un poco de arena, piedra, cemento, gravilla, me lo cargo, porque he hecho un uso indebido de del robot de cocina. Me habría hecho unas croquetas, un arroz blanco o lo que sea, pero le lo he usado mal y me lo cargo. La ignorancia de nuestra propia identidad nos hace cargarnos lo humano. Pero no es una metáfora, es que nos estamos cargando mucha humanidad por la autoexigencia, la dictadura de la imagen. Niño, que todo el mundo tiene que estar estupendo, tío. O sea, como si los gordos, calvos y con gafas no valiéramos para ser obispos, es para lo único que sirven. Estoy de broma, pero que a veces, tío, vivimos una exigencia de triunfo. Lo de las redes sociales, nos hemos vuelto empresarios de nuestra branding, de la marca personal. Y entonces, a ver cuántos seguidores, a ver cuántos, no sé qué, como una ansia, a ver si consigo un patrocinador, a ver si alguien me financia... Y estamos buscando todo el rato rentabilizar lo que somos. Para mí, la identidad más profunda es soy amor, porque el Dios que me ha dado la vida es amor. Entonces solo me vehiculo y me entrego en clave de amor. Eso suena a pura catequesis, pero pero es que luego lo vas viviendo y es verdad, tío. O sea, yo no puedo facturar todo lo que hago porque se pudre mi esencia, tío. O sea, y hablo de que claro que necesitamos dinero y pagar la hipoteca y lo todo. Pero necesitamos, tío, recuperar el «libre y voluntariamente me entrego a ti», que es la fórmula de la boda católica. Este finde hemos tenido un curso prematrimonal. ¿Tú sabes lo chulo que es decir a alguien «Yo, Vicente, me entrego a ti libre y voluntariamente en la salud y en la enfermedad, en las risas y en las lágrimas, en lo jodido y en lo alegre, y quiero que seas mi compañera, quiero ser tu compañero»? Eso es muy potente, pero solo se puede hacer, si tengo claro que soy identidad de amor, porque si te voy a estar facturando... Oye, ¿cuánto he puesto yo? Oye, que oye, puse la lavadora, te toca a ti poner el... Oye, que no sé qué. Y entonces dices, tío, es un coñazo.
Quique Gonzalo:
Cuando llegabas a a las misiones, entiendo que tú tenías esta vocación del amor, pero del otro lado, ¿qué es lo que te pedían en verdad para comenzar esa relación que decías tú?
Vicente Esplugues:
La verdad es que ir en nombre de la Iglesia ya abre muchas puertas. O sea, que yo no voy en nombre de Vicente, sino voy donde la casa de los misioneros, voy donde la ONG católica, voy, el obispo me autoriza, o sea, que hay todos unos protocolos. Entonces, la gente ya te espera como alguien del que puedes confiar, y eso ya abre muchas puertas. Sí que ha habido algunos sitios donde no nos esperaban, que hemos ido a fundar, y el trabajo es todo, pues honestidad y humildad. Mira, somos unos curas españoles, en Venezuela fue así. Estábamos en Caracas, San Cristóbal y en otra ciudad, pero en Barquisimeto no. En Rubio, San Cristóbal y Caracas. Y nos dicen, fundar en Barquisimeto es la ciudad parecida a Valencia de España, un millón y pico de habitantes. Entonces, ¿dónde nos quedamos a dormir hoy, tío? Y nos dieron creo que 300 dólares, que es nada, para ir allí y una carta toda arrugada del superior con un sello explicando quiénes éramos. Y tú vas viendo ahí cómo va la Providencia hablando. Había un misionero de nuestra comunidad que era de allí, fuimos a casa de sus padres, dormimos, tío, en un chinchorro que es en Venezuela una hamaca. No había dormido en una hamaca en mi vida, niño, y ahí, bueno, yo qué sé, y vas viendo cómo se van abriendo puertas con la certeza de que fíate de aquel que te envía, y ese mismo dinamismo interior lo vivo aquí. O sea, nosotros no habíamos hablado nada de que iba a ser el pódcast. Entonces imagínate que vengo con escudo, se van a meter con la Iglesia, sabía que no iba a ser así, pero qué va, vengo confiadísimo en que nos vamos a encontrar dos personas y nos vamos a querer.
Quique Gonzalo:
Hablabas antes, Vicente, de la importancia de la libertad. ¿Tú crees que un pigmeo tiene un concepto de la libertad que difiere mucho a lo que tú y yo podemos entender por libertad?
Vicente Esplugues:
Yo creo que sí, porque su marco de visión del mundo es superpráctico. Yo les pregunté qué es lo que más ilusión nos haría, a un poblado pigmeo, y nos contestaron unas botas de agua. Dices tío, ya, pero yo estaba preguntando algo con más horizonte, educar a los niños, escolarizarles, un dispensario, o sea, son muy prácticos. Entonces, yo creo que también los dos somos herederos de toda la filosofía griega, del concepto alma, del concepto emoción, toda la psicología que hemos estudiado, la neurociencia, ellos ahí no están. Ellos están en muchos apartados, no sé de cuánto difiere los siglos, pero están como hace mucho tiempo. Lo malo es que con móviles, con internet, o sea, que ahí hay unos saltos que la tecnología ha metido que no son muy equilibrados. Entonces, a veces viven unas transiciones peligrosas. Ven en el móvil cómo se vive en París, ahí la tele es Canal Plus Francia. Entonces, un pigmeo o un camerunés está viendo los coches de París y está viendo que para comer tiene que pescar. Y esos saltos es lo que llamamos efecto llamada, porque se hunde el Mediterráneo de pateras. Dicen que ya estoy aquí para que coma mi hijo partiéndome el lomo y ahí fíjate tú la imagen del cajero que echa dinero, la transmisión a Camerún es: sale el dinero de las paredes. ¿Has visto una imagen de que te sale un billete de la pared del cajero y en su transmisión es allí, Le Blanc, le el dinero sale de las paredes y dices, no es tan fácil. Entonces, también ven el contraste de llegar aquí, todas las puertas cerradas.
Quique Gonzalo:
¿Y cuál ha sido la habilidad que más has tenido que desarrollar para conseguir ser un gran misionero?
Vicente Esplugues:
Bueno, de gran... No lo sé, no soy un intento, pero para mí mucho desaprender. O sea, el trabajo duro es dudar de tus certezas y no intentarlas proyectar en el otro, sino ser como muy limpio en cuanto a la intención. O sea, no quererte encasillar en mis conceptos, sino escucharte, entenderte lo que pueda y buscar caminar juntos en alguna dirección que sea práctica y real.
Quique Gonzalo:
¿Y qué sucede cuando llegas, llamémoslo a casa de vuelta, abres el grifo, sale agua, tu frigorífico tiene comida, si das a un botón y la luz?
Vicente Esplugues:
La primera ducha que te pegas no puedes ni imaginarte lo placentera que es. O sea, que allí nos duchamos cogiendo un cubo y tirándote con la jarrita agua, ¿no? Sin luz, ahí intuyendo que te limpias bien. Entonces, venir a Europa o venir a España o venir a la parroquia donde vivo, tío, era como voy a dormir 15 horas seguidas, saborear. Luego tienes muchas ganas de ver a la gente que dejas, o sea, que nosotros, afectivamente, aunque uno no quiera, echas raíces. Yo tengo el corazón universal, pero como me voy encariñando y enamorando de la gente, las voy incluyendo en mi vida. Entonces, ese contar, ese hablar y a veces mucho echar de menos, o sea, me sobra el ruido de Madrid, Dices, tío, la jungla es esto, no no Camerún, ¿no? Los coches, las ambulancias, las obras, o sea, hay un ruido, una contaminación acústica brutal, los gritos. Tío, yo no sé si nos damos cuenta que tú entras a un bar, la peña grita, es dificilísimo. Entonces, hay las dos cosas, nostalgia del oído en Camerún, porque había mucha pureza y agradecimiento de lo que hay aquí.
Quique Gonzalo:
¿La felicidad que tú sientes en tu parroquia aquí en Hortaleza es distinta a la felicidad que puedes sentir cuando estás en las misiones en Venezuela?
Vicente Esplugues:
Yo creo que el origen es el mismo. Entonces, se puede manifestar de otras maneras. O sea, yo aquí, tío, me adapto enseguida a la comodidad, quiero decir que que no me vuelvo antinada. Tío, pues si me invitan unos colegas a tomar unas cerves, lo disfruto, o si me sacan unas entradas para ir a ver a AC/DC al Metropolitano, voy. O sea, no demonizo la calidad de vida europea, ni creo que seamos culpables por lograrla. Lo que sí que denuncio es la obscenidad de acumular más de lo que necesitamos, que ese es el pecado de la avaricia. O sea, a mí sí que me rasga por dentro ver tirar comida en un banquete de bodas. Por ostentación, por demasiada cantidad, entrantes, pescado, carne, y ver cómo solomillos sin tocar van a la a la basura, a mí eso me parece pecado. Y como eso, muchas cosas, ¿no? Qué necesidad tendrás de gastarte no sé cuánta pasta en un reloj, tío, que el móvil. Bueno, que cada uno... No me pongo aquí a denunciar nada, pero eso sí que me incomoda. La ignorancia de cómo está la gente fuera, normalizar la sobreabundancia aquí.
Quique Gonzalo:
¿Crees que la diferencia entre lo que pensamos y de verdad cómo es el mundo es bastante abismal?
Vicente Esplugues:
Yo creo que vivimos... Hay una frase que dice definir es limitar. Y hay una canción de Escorbuto que dice «Cerebros destruidos», y la frase es, creéis que todo tiene un límite, así estáis todos limitados. O sea, hemos limitado lo que significa vivir en occidente y tener una vida triunfadora, pero muchísimo, y eso nos impide ver lo panorámico. O sea, estamos tan atrapados en ese target de curro, éxito, ocio, consumo, garito, copas, reservado, cochazo, polvos de los días raros. O sea, ya tenemos perfectamente definido que va a vivir al gym, el no sé qué. Y tío, hay tanto por los lados que ya no lo vemos. Y una enfermedad óptica. se llama la retinosis pigmentaria, que es que te va agotando cada vez más el campo de visión y se te queda mirada túnel. O sea, de la amplitud que hay por todos los lados a una mirada como si miraras con catalejo. ¿No? Y eso creo que es nuestro problema actual.
Quique Gonzalo:
¿Dónde has podido tú observar la belleza?
Vicente Esplugues:
En la naturaleza brutalmente. O sea, a mí ir por los montes de Venezuela, por Mérida y ver las niveles perpetuas de los Andes, me flipa. Un atardecer en Kribi, en la playa de Camerún, me flipa. La selva, la Bruce, es flipante. Pero luego la belleza en lo humano, en los ojos de un niño jugando, en la mamá que acaba de dar a luz y que tú has ayudado en el parto exhausta. O sea, yo veo la belleza en todo. La belleza, tío, de gestos de amor. Está lo del síndrome de Stendhal, que es que tanta belleza te te te revienta la cabeza que hasta hiperventilas de la emoción de ver algo tan bonito. A mí no me ha dado síndrome de Stendhal, soy más básico, pero la veo diariamente en la gente, en las palabras, en la música, en el cariño que se ponen las cosas, la veo en mí mismo también. O sea, y hay veces que digo, tío, qué bonito eres, Vicente. No en plan piropo, ego, va sacando musculatura, sino qué guay que te salga ese superar tu rencor y dar palabras de ánimo, o superar tu pereza y decir que sí, ¿no? Ahí hay como una un combate contra mí mismo, de superar los miedos y atreverte a cruzar umbrales que mentalmente nunca harías? O sea, me noto que hay muchas razones para la belleza.
Quique Gonzalo:
El amor te da razones y tú has tenido que enfrentar, estoy convencido, terroríficos miedos. ¿Cuál ha sido el mayor de todos los miedos al que te has enfrentado?
Vicente Esplugues:
A la soledad. Yo creo que de todos los miedos que tengo, yo creo que también por lo de mi madre, tengo ahí muy metido lo del abandono. O sea, me da miedo a querer mucho a alguien por si se va. Y es un rollo, porque es un constructo mental, no se me va nadie. O sea, la gente no se va, está cambiando, tomando sus decisiones, pero yo creo que lo pasé tan mal con aquel momento de orfandad que me da miedo querer mucho, que me freno para que luego no duela. Pero como es imposible, pues yo me meto de cabeza y gracias a Dios, tío, aprendo. Sí que ha habido gente que se ha ido. Yo tengo compañeros míos que se ordenaron conmigo sacerdotes que lo han dejado y me ha provocado dolor, o opciones de gente a la que quiero que les alejan físicamente. Y entonces, pues aprendo a vivir también los duelos de las pérdidas. Pero eso sirve, por ejemplo, cuando acompaño en un funeral, hablar del dolor de perder a alguien, no teóricamente, porque lo he leído un libro de psicología, sino desde la entraña.
Quique Gonzalo:
¿Y desde la entraña cómo es acompañar esa pérdida?
Vicente Esplugues:
A mí, activar que la vida eterna es real. O sea, yo creo que están mejor que nosotros y que creo ciegamente. Siempre pongo el ejemplo de los nueve meses que estuvimos en el vientre de nuestra madre. ¿Eramos nosotros del todo o no? Entonces, la respuesta científica sería, éramos nosotros en potencia y nos estábamos formando. Vale, pues, pero no éramos libres ni autónomos ni nada y te enterabas de nada. Cuando eres un un feto, no no sé, no percibes casi nada, pero ya eres tú con todas tus posibilidades. Pues para mí, la vida de la historia sigue siendo gestación. 50, 60, 13, 90, los años que vivo aquí me sigo formando, igual que el dedito, igual que la uña prenatal antes del parto, las conexiones neuronales, los ojitos, es que es un milagro, un cuerpo humano. Todos los huesecillos del oído, a lo mejor aún no oyen, pero está posibilitándose que oigan. Luego viene el parto, seguimos gestándonos en la historia, y para mí la muerte se convierte en el nacimiento a lo definitivo. Entonces, ¿lo creo? No lo puedo demostrar, no, el doctor Segarra, no sé qué, está todo el mundo ahí con... No sé, yo no lo puedo demostrar que hay vida eterna, pero sí que vivo la certeza de que están y siguen estando. Pienso en mi madre, pienso en mi padre, pienso en mis colegas que ya han fallecido, pienso en Freddie Mercury. O sea, ese tío no puede estar muerto y ya está. Ese tío sigue cantando en el cielo. No sé, casi todos los rockeros palman jóvenes.
Quique Gonzalo:
27.
Vicente Esplugues:
Kurt Cobain, la Amy... Bueno, que yo entonces les doy mucho consuelo a la gente diciendo, te iba a agradecer el pedazo de regalo que tuvisteis de que este tipo fuera tu esposo, tía. Le hablo a la viuda, que fuera vuestro padre, o que esta tipa fuera tu madre. ¿Cómo no te vas a sentir orgulloso? Entonces, igual que un libro puede ser chulísimo, pero pone fin notar que que los finales forman parte de la obra de arte. Miguel Ángel, cuando esculpió el último toque a la Pietà o al David, algún día tuvo que decir fin, ya está, acabado. O que el que haya escrito un novelón ahí brutal, yo qué sé, o el que compone un disco dice ya está, no toco más. Pues para mí, la muerte es el epílogo que le da valor a la obra.
Quique Gonzalo:
Ese epílogo, si nos vamos al comienzo, algo por lo que yo creo que cualquier persona que tenga un poco de de dignidad humana está sufriendo es por ver a todos estos niños ahora mismo en Palestina. Pero igual que en Palestina estoy convencido que en muchos lugares del mundo la infancia no están teniendo esas posibilidades de del primer mundo. Desde tu experiencia vital, Vicente, ¿qué podríamos hacer para reconectar otra vez y ayudar a esa infancia?
Vicente Esplugues:
Primero que a querer que haya. O sea, la crisis de la natalidad, tío, en la vieja Europa es flipante. O sea, quiere decir que nos molan mucho los niños, pero yo que no quiero tener ninguno. O sea, a mí un niño que me limite el pádel o mi gym o mi no sé qué, dices, tío, pues ese planteamiento ya yo lo reflex... O Peña dice, yo prefiero una mascota que un niño. Es respetable, pero tío, los niños están, y aquí en España se mantiene medio la natalidad por todo el foco de inmigración y, pues nacen muchos niños de la cultura árabe, muchos latinos. O sea, para mí el niño verlo como una carga o como un sacrificio y no como un despliegue de poderle dar toda mi afectividad a él para que se convierta en un sujeto a poder ser mejor que yo, ese amor que delega o la peña que siembra bosques que no los verá crecer. Ese punto de la generosidad nos lo roba la inmediatez. Entonces, tú te viene ahí tu Yorkshire y te mueve la colita y eso es inmediato. Y me molan los animales, pero creo que estamos, o sea, haciendo que los niños se venda en el pensamiento colectivo más, que son carísimos, no sé qué, luego la adolescencia, el parto, eso es un rollo, me come el pezón y duele un montón. O sea, no sé que estamos, me parece superchulo ser realistas y quitarle todo el rosita a todo, pues tú que estás con la recién de paternidad, duermes menos, tu chica sufre la lactancia, si te tienen que rajar para la cesárea te destrozan, el cuerpo nunca vuelve a estar igual, caderosa, no sé qué. O sea, todo eso es verdad, pero tío, es por amor, niño. O sea, y esa vida te va a enseñar un montón y te va a devolver un montón. O sea, porque la interacción con un niño es aprender a asombrarse de la mirada con la que vive la ilusión. Tío, se come la vida, entonces nos puede ayudar a renovar nuestra propia ilusión. Entonces, yo creo que reconectar con la infancia es atrevernos a querer que haya. Te lo dice uno que se lo prohíbe, ¿sabes? Lo que te digo. Dices. Pero bueno, a mí sí me dejaran, tendría un montón de niños, siete enanitos heavies, todos ahí.
Quique Gonzalo:
Uno con el bajo, la guitarra, la batería...
Vicente Esplugues:
Los siete enanitos, tío. Eso es de, eso lo cuenta Santiago Segura en una de esas pelis con el flow. Me hace mucha gracia.
Quique Gonzalo:
Si pudieras ser ministro, presidente del gobierno, ¿cuál sería la primera medida que tomarías?
Vicente Esplugues:
Pues yo, rollo Pepe Mujica, actualizaría el sueldo de los políticos y les pediría hacer oposiciones. O sea, lo que tú le pides a la peña para que acceda a grados de responsabilidad se lo pediría a los políticos, porque me da la impresión de que hay tanto colegueo, gente no cualificada ocupando una administración de lo público muy regular. Hay mucha gente que maneja pasta pública, que no, la fama es que la empresa privada mide hasta los folios de las fotocopias. Pero es que el otro exceso es que hay peña que no va a currar, tío, y cobra el sueldo, que que ficha en una aplicación y no va nunca, tío, consejeros. No quiero hablar de colores políticos, dices, pero tío, te ficharon para esto en la Junta de Extremadura. ¿Pero qué hacías? Dices, tío, ¿no? Entonces, para mí lo público lo defiende a muerte, pero por gestores que esté demostrado que saben.
Quique Gonzalo:
Si a las personas que te están escuchando, Vicente, les pudieras recomendar que leyeran un pasaje de la Biblia, ¿cuál sería?
Vicente Esplugues:
A mí el que... me flipan muchos, ¿no? ¿No? Pero hay uno que dice «Venid a mí todos los que estáis cansados y agobiados, que yo os aliviaré. Cargad, cargad con mi yugo, porque mi carga es suave y aprende de mí, que soy manso y humilde de corazón».
Quique Gonzalo:
Esto es vida, va más allá a la religión.
Vicente Esplugues:
Humildad, agradecimiento.
Quique Gonzalo:
Cuando pasen los años en tu parroquia de Hortaleza y la gente te recuerde, ¿cómo te gustaría que hablaran de ti?
Vicente Esplugues:
Con una sonrisa y diciendo, joder, qué tío, más... más bueno. O sea, no que estuviera bueno, sino...
Quique Gonzalo:
Que también, que también.
Vicente Esplugues:
Que no, que no, qué buen tipo el Vicen.
Quique Gonzalo:
¿Es complicado ser buena persona?
Vicente Esplugues:
Yo creo que que no. Si te conoces a ti mismo y eres consciente de tus límites y de tus zonas oscuras y de tus ralladuras y de tus traumas. O sea, entonces, viendo cómo tú eres fruto de todo lo que has vivido, creo que es fácil entender que cada uno tiene sus movidas y sus luchas. Entonces, ¿quién soy yo para juzgar al otro si no sé lo que ha vivido? Entonces, juntarnos personas y estar dispuestos a poner lo mejor de nosotros, me parece que es la magia y la danza y la fiesta y el banquete.
Quique Gonzalo:
¿Y desde ahí cómo cuidas tus cicatrices?
Vicente Esplugues:
A mí hablar de ellas terapéuticamente me sana y escucho a la gente que también las conoce y las ama.
Quique Gonzalo:
Pues hablando de amor, tenemos una pregunta que te ha dejado nuestro último invitado, Sebastián Álvaro, que te pregunta qué es para ti el amor.
Vicente Esplugues:
Pues para mí el amor es la potencia más grande que mueve el mundo, que tiene más fuerza que la bomba atómica y que nos hace reconocer que es valioso. Lo que somos, cada uno muy valioso, soy regalo y porque soy valioso me puedo regalar a los demás.
Quique Gonzalo:
¿Qué te gustaría preguntar a nuestro próximo invitado o invitada?
Vicente Esplugues:
Que si fuera hoy su último día de vida, ¿cómo le gustaría pasar?
Quique Gonzalo:
Esto es tan interesante. Pues terminamos con el cuestionario KENSO, Vicente. ¿Cuál es la regla de Vicente para vivir mejor?
Vicente Esplugues:
Mi regla es vivirlo todo con gratitud, lo bueno y lo malo.
Quique Gonzalo:
Si tuvieras que compartir un solo aprendizaje de todo lo que has vivido hasta ahora, ¿cuál sería?
Vicente Esplugues:
Acoger sin juzgar.
Quique Gonzalo:
¿Cómo se titularía tu biografía?
Vicente Esplugues:
Los rockeros van al infierno.
Quique Gonzalo:
¿Y los curas?
Vicente Esplugues:
También.
Quique Gonzalo:
¿Y los curas rockeros?
Vicente Esplugues:
A esos, al Cielo
Quique Gonzalo:
¿Cuál es el libro que más has regalado?
Vicente Esplugues:
Uno que he escrito yo, que se llama «El Credo en prosa y en verso».
Quique Gonzalo:
¿A quién te gustaría o te hubiera gustado conocer?
Vicente Esplugues:
A mí me fliparía conocer en persona a Kutxi Romero, que es el cantante de Los Mareas.
Quique Gonzalo:
Sí, sí. ¿Qué canción pones a todo volumen para subir el ánimo?
Vicente Esplugues:
«Paraísos artificiales», de Los Chicos del Maíz.
Quique Gonzalo:
¿Cuál ha sido la pregunta más interesante que te han hecho?
Vicente Esplugues:
¿Estudias, trabajas, traficas? No, la pregunta más interesante es si me quieres. ¿Me quieres?
Quique Gonzalo:
¿Qué se te viene a la cabeza cuando piensas en felicidad?
Vicente Esplugues:
El mar.
Quique Gonzalo:
¿Qué película volverías a ver cada año?
Vicente Esplugues:
Historia americana X, American History X.
Quique Gonzalo:
Si tuvieras que dejar un mensaje para tu yo del futuro, ¿qué le dirías?
Vicente Esplugues:
Piensa menos y siente más.
Quique Gonzalo:
¿Cómo te gustaría terminar esta entrevista?
Vicente Esplugues:
Pues dándote las gracias por por hacerla posible.
Quique Gonzalo:
Al contrario, gracias a ti por dejarnos acompañarnos en este viaje. Gratitud, bondad, humildad y, sobre todo, un gran cura rockero y que sigas muchísimos daños lanzando esos dardos del amor. Muchísimas gracias, Vicente. Acoge sin juzgar, porque en cada corazón habita una historia que merece compasión.
Quique Gonzalo:
A los cinco años, Vicente vivió lo que nadie quisiera vivir, y tras ese instante, ese niño triste del cabañal valenciano llegaría a encontrar en el heavy metal no solo música, sino resurrección. Porque la vida era dura desde el principio, y aún así las canciones, las guitarras, le representaban. Más allá de esa conexión con el heavy, hay algo mucho más profundo en él. Con Vicente hemos visto que las heridas más profundas pueden convertirse en los canales más puros del amor, y nos ha revelado cómo la fe es el marco en el que interpretó los datos. Esos datos duros de la existencia que a veces nos llegan sin haberlos elegido. Y desde aquel barrio popular hasta las misiones de Venezuela y la selva de Camerún con los pigmeos, Vicente desvela el secreto de su transformación, descubrir que somos una bomba de amor. Su vocación nació de una experiencia tan intensa que incluso le entró miedo, y tuvo que huir del retiro espiritual donde Jesús le dijo: «Vente conmigo». Pero lo que más nos conmueve es cómo define su misión. Él se ve como una flechita de Cupido, pero del Dios en el que él cree, es el que apunta cada corazón para hacerle sentir que es valioso. Nos ha enseñado valores y etimología como la palabra misericordia, y cómo esta cobra vida cuando la explica como miseria y corazón. Esa capacidad de ir hacia la miseria del otro sin que nos provoque rechazar. Porque, de hecho, en cada funeral que acompaña, en cada niño que detecta sufriendo bullying, en cada pigmeo desprotegido, Vicente materializa su convicción más profunda, y es que todos necesitamos escuchar que somos dignos de amor. Su filosofía para sortear el ruido de nuestro tiempo revolucionaria es vivir con gratitud todo, tanto lo bueno como lo malo, Porque cuando comprendes que tu identidad más genuina es amor puro, cada encuentro se convierte en oportunidad de regalo mutuo. Gracias, Vicente, por enseñarnos que las cicatrices se curan hablando de ellas con amor, por mostrarnos que la verdadera libertad está en acoger sin juzgar, por revelarnos que la muerte es solo el epílogo que da valor a la obra. Por compartir que el amor tiene más fuerza que la bomba atómica por demostrar, se puede ser rockero y santo a la vez, y por recordarnos que cada persona que encontramos en el camino espera una escucha que es valiosa. ¿Y tú? ¿Te atreves hoy a ser esa flecha de amor que alguien necesita recibir? Si es así, recuerda el nuevo hábito de KENSO: acoge sin juzgar porque en cada corazón habita una historia que merece compasión.
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